El
suelo es nuestro espejo, el que nos permite reflejar y discernir nuestro
proceso de aprendizaje, es a través de él, donde vamos recorriendo las
diferentes etapas del bebé, desde su nacimiento hasta la posición de erguido,
pasando por rodar, gatear, reptar y caer.
Las secuencias de
movimientos se realizan fundamentalmente en el suelo.
Esta posición
pasiva de estar tumbado crea las condiciones adecuadas para aprender las
sutilezas, creando una atmósfera que nos permite percibir o “escuchar” en lugar
de hacer, lejos de cualquier tipo de competición y sin el impulso de “hacerlo
bien”.
Esta postura de descanso te permite
reducir la velocidad, cerrar los ojos e interiorizarte. Puedes hacer tu trabajo
interior ya que tienes la oportunidad de acrecentar tu sensibilidad y observar
los detalles ocultos que constituyen la calidad de tus acciones.
La vida está tan
llena del elemento gravedad que nos olvidamos de tenerla en cuenta. Abandonarse
al propio peso corporal y apoyarse plenamente sobre el suelo o en otra persona
son dos acciones muy vinculadas con la confianza.
El
suelo nos da el sostén, el apoyo para poder completar cualquier proceso
de maduración que pudiese haber quedado incompleto en alguna etapa de nuestra
vida.